La iglesia, aunque es institucional, no es monolítica, ni estática. Está fundada sobre la roca, pero la componen muchas piedras vivas. La iglesia la constituyen personas, como lo advierte el apóstol Pedro:
"Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pedro 2:1-5).
Debido a los karismas, la iglesia es un cuerpo vivo, que se transforma, cambia, se traslada, camina y se renueva, sin perder la esencia. Los karismas hacen que la iglesia permenezca en constante movimiento.
Los karismas son dones extraordinarios de Dios. Pero también son dones permanentes de gracia que impulsan y mueven a la iglesia a la renovación constante, para que responda a los signos de los tiempos.
El Espíritu Santo distribuye los karismas, entre las personas, para disponer y preparar la variedad de obras
y funciones en la renovación y la edificación de la Iglesia (1 Corintios 12:7).
El apóstol Pablo hace un llamado explícito, para que valoremos y a reconozcamos los valiosos y provechosos karismas del Espíritu Santo en las personas de la iglesia:
"Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros" (1 Tesalonicenses 5:12-13).
El Espíritu Santo es libre para hacer entrega de los dones karismáticos (1 Corintios 12:11). Pero también espera que el ser humano ejerza su libertad, propia de su naturaleza. Por eso, Pablo anima a los fieles cristianos a no rechachar la presencia del Espíritu Santo:
"No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:19-21).
El Espíritu Santo actúa en doble dirección. Por un lado derrama el amor santificador y consagra a las personas que van a recibir los karismas. Y por el otro lado, abre caminos a quienes son portadores de los karismas, para que ayudarles a cumplir la misión en la iglesia.
Por la doble función que realiza el Espíritu Santo, es que la iglesia permanence restaurada. Los karismas renuevan a la iglesia porque revitalizan a los creyentes para la evangelización.
Por los karismas es que sucede la actualización de la gracia a través de las virtudes y los frutos. Los resultados son el rostro siempre joven y alegre de la iglesia, en todo tiempo:
"Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe" (Gálatas 5:22).
Los karismas enriquecen y animan a la evangelización de la iglesia. Una evangelización siempre nueva es una peremne lluvia de gracia, que fortalece, embellece y fecunda la labor misionera de la iglesia.
Los karismas son útiles para la renovación de la iglesia. Ya sean dones ostentosos o sobrios, grandiosos o discretos, de todas maneras son gracias que robustecen, vitalizan y bendicen a la iglesia. Le dan gloria, honor, celo, virtud y valor a la obra evangelizadora.
Precisamente, de los karismas era que disfrutaban los primeros cristianos. Por eso puedieran hacer tantos prodigios y señales. Los apóstoles eran signos visibles de la presencia de Dios:
"Los apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área conocida como el Pórtico de Salomón; pero nadie más se atrevía a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenía en alta estima"(Hechos 5:12-13).
Por la acción del Espíritu Santo, la iglesia mantiene siempre viva la llama de la fe, del amor y la esperanza. El Espíritu Santo, es el motor que mueven a la iglesia y la lleva a buscar horizontes nuevos, a romper paradigmas y a alcanzar metas insospechadas.
Por la presencia del Espíritu Santa, la iglesia permanece sin mancha, ni arruga, sino santa e inmaculada (Efesios 5:27). En tiempos en que se miran los karismas como obsoletos y de poca actualidad, el Espíritu Santo, empieza a soplar y de nuevo levanta a la iglesia, la mueve y la traslada a tierra buena, para que produzca frutos (Mateo 13:8).
Por otro lado, cuando la iglesia es karismática, los fieles creyentes adquieren confianza y se mantienen en la cotidiana vitalidad. Entienden que con esfuerzo humilde, paciente y perseverante, es que obra el Espíritu Santo. Un karismático permanence en el misterio de Cristo y en el deber de dar testimonio.
El Espíritu Santo, mediante los karismas, se convierte en animador y
santificador de la Iglesia, es el divino aliento, el principio unificador, es
fuente de luz, de vigor, de apoyo y de consuelo.
Mediante los karismas, el Espíritu Santo da paz y gozo a la fe de los
creyentes; es prenda segura y preludio premonitorio de la vida
eterna.
Los karismas encienden el fuego inextinguible en los
creyentes. Son dones que ponen palabras de vida en el
mensaje y despierta la visión profética.
Los dones carismáticos limpian a la iglesia de toda impureza y prolongan la obra del Espiritu Santo en la historia de la humanidad.